Oía mi respiración entrecortada por el llanto. Las lagrimas corrían por mis mejillas empapando todo su pecho recubierto de sangre seca. Mi cabeza estaba recostada sobre su pecho, y no oía nada que indicara que estuviera vivo. Ningún latido de su corazón. Entonces me percaté de la gran ironía que era todo esto. Su corazón no latía. Estaba muerto. Mi corazón no latía pero estaba viva, por así decirlo. Una muerta viviente destinada a vivir eternamente, cargando con el peso de haber matado a su ser más querido. Era una asesina!! Mataba gente sin razón. Todo por qué? Por la maldita sangre que corre en sus venas!!
Dejo de llorar. No tenía sentido hacerlo, no iba a solucionar nada. Se levantó del regazo de su amado muerto y se limpió con una manga las ultimas lagrimas que mojaban su rostro. Finalmente, había tomado una decisión.
Avanzó unos cuantos pasos hacía la puerta de salida del salón. Todo a su alrededor le mostraba la carnicería que se había librado la noche anterior. Sangre. Aspiro y olio el aroma de la sustancia. Le vino una arcada y las ganas de vomitar se hicieron latentes. Entonces lo echó todo y empezó a vomitar sangre. Su respiración se hizo entrecortada y le costaba respirar. Volví a vomitar hasta que a mi estómago no le quedo nada más para vomitar. Necesitaba salir de allí. Camine hasta salir definitivamente del salón y empecé a subir las escaleras hacia mi habitación. Rápidamente, abrí el armario que se encontraba al lado de la puerta y saque toda la ropa, metiendola en una bolsa de equipaje de lona. Abrí los cajones de la cómoda del lado de mi cama y saque todo el dinero y las tarjetas de crédito. Iba a cerrar el cajón cuando vi que algo sobresalía. Era el collar que le había regalado. Era plateado, y en letra muy pequeña tenía grabado una inscripción, decía: “Amor eterno”. Entonces sonreí. Y luego el golpe de la verdad la me dejó abrumada. No habría amor eterno, solo muerte eterna. Agarre el collar con tanta fuerza que los nudillos de los dedos se le pusieron blancos. Y entonces sin pensar más me lleve la mochila a mis hombros y baje las escaleras.
Entre a la cocina y cogí todo lo que necesitaría antes de dejar la casa. Cuando lo tuve todo, volví al salón a ver por última vez a mi amor. Llegue delante de su cuerpo y caí de rodillas delante de él. Entonces estire el brazo encima de su pecho y abrí la palma de mi mano. El collar resbaló entre mis dedos y finalmente cayo.
Nada más me retenía aquí. Solo faltaba hacer una cosa. El bidón de gasolina se encontraba a mi lado, lo agarré con las dos manos y rocié todo el salón. Eché lo que quedaba de su contenido sobre su cuerpo. La llama resplandecía entre mis dedos y producía un calor agradable mientras sentía como la cerilla se iba quemando hasta llegar a la yema de mis dedos. Sentí el dolor de la quemazón. Pero antes de dejar que se extinguiera la llama, lancé la cerilla lejos de mí. El salón empezó a arder al instante.
Su cuerpo quedó envuelto en llamas, y la visión empezó a oscurecérseme cuando solo veía humo y nada más que humo.
Ya era hora de marchar de allí y cumplir mi cometido.
Iba a regresar con los muertos pero está vez muerta de verdad.
“Muerte eterna” susurré. Y luego solté una carcajada. Una carcajada diabólica.
Nadie podría detenerme.